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OMC: NOTICIAS 2009
“Personalmente, yo tengo la firme convicción de que la mejor manera de definir la relación entre el comercio internacional — y, de hecho, la OMC — y el cambio climático sería a través de un acuerdo internacional consensuado sobre el cambio climático en el que efectivamente intervengan todos los grandes contaminadores”, ha escrito el Director General Pascal Lamy en el blog “Climate Thinkers” (“los que piensan en el clima”) del sitio Web de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El Director General dijo lo siguiente:
VER TAMBIÉN:
> Blogs del sitio Web de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
> Informe
de la OMC y el PNUMA sobre “El comercio y el cambio climático”
La cuestión del cambio climático está
relacionada con el comercio internacional de muchas formas. Si bien la
OMC no tiene normas específicas para la energía o el cambio climático
propiamente dicho, no cabe duda de que las normas del sistema
multilateral de comercio en su conjunto (el cuerpo normativo de la OMC)
son efectivamente pertinentes para el cambio climático.
Actualmente hay muchas opiniones diferentes sobre lo que debería hacer
el sistema de comercio con respecto al cambio climático. Algunos
querrían que el sistema de comercio disminuyera la “huella de carbono”
que produce mediante las emisiones de gases de efecto invernadero que se
generan en el curso de la producción, el transporte internacional y el
consumo de las mercancías y los servicios comercializados, pero otros
están más interesados en la forma de preservar su competividad en un
régimen estricto de mitigación del cambio climático.
Concretamente, les gustaría imponer a los productos importados, en
frontera, un costo económico equivalente al que ellos soportan para
reducir sus propias emisiones. En otras palabras, un modo de imponer la
“igualdad de condiciones” basado en lo que el país importador considera
la mejor forma de igualar esas condiciones.
Como es lógico, circulan muchas ideas distintas sobre cuáles podrían ser
estas medidas “compensatorias”. La mayoría de los debates se centran en
los sectores económicos de alto consumo energético más expuestos al
comercio, como el hierro y el acero y el aluminio. Por ejemplo, mientras
que algunos dirigentes consideran la posibilidad de gravar con impuestos
internos el carbono, ajustando esos impuestos en sus fronteras, otros
contemplan sistemas de límites máximos y comercio de las emisiones, en
los que los importadores estarían obligados a participar.
Otro grupo de dirigentes preferiría concentrarse en lo que el sistema de
comercio puede lograr de manera más inmediata en términos de lucha
contra el cambio climático, entendiendo con esto la apertura de los
mercados a los bienes y servicios ambientales y en particular los que
son pertinentes para el cambio climático, mediante la Ronda de Doha de
negociaciones comerciales en curso. Yo coincido plenamente con ellos.
Estas no son más que algunas de las maneras en que algunos posicionarían
el sistema multilateral de comercio con respecto al cambio climático.
Personalmente, tengo la firme convicción de que la mejor definición de
la relación entre el comercio internacional -y, por supuesto, la OMC- y
el cambio climático tendría que surgir de un consenso internacional
sobre el cambio climático entre todos los principales causantes de la
contaminación.
En otras palabras, hasta que no surja un consenso verdaderamente mundial
sobre la mejor manera de abordar la cuestión del cambio climático, los
Miembros de la OMC seguirán sosteniendo opiniones distintas en cuanto a
lo que el sistema multilateral de comercio puede y debe hacer al
respecto. Sólo un acuerdo internacional consensuado puede hacerles
avanzar. Y ése debe ser el punto de mira en nuestra andadura hacia
Copenhague.
En ausencia de un acuerdo de estas características, algunos podrían
verse tentados de acometer lo que yo denominaría una “misión imposible”:
tratar de solucionar unilateralmente un problema ambiental mundial con
medidas comerciales. Sin embargo, los problemas mundiales no suelen
prestarse a soluciones unilaterales y puede que las medidas comerciales
no sean la respuesta más adecuada. En última instancia, la pregunta
esencial a la que debe dar respuesta la comunidad internacional es la
siguiente: quién reducirá las emisiones y cuánto. Y esto respetando el
principio de las “responsabilidades comunes pero diferenciadas”.
Opino asimismo que la huella de carbono del sistema internacional de
comercio debe examinarse con cautela. Todos los días se habla mucho en
la prensa de la huella de carbono del transporte internacional. De
hecho, está surgiendo un nuevo concepto, el de “food miles” (distancia
que recorren los productos alimenticios desde el lugar de origen al de
consumo). En otras palabras, el deseo de los consumidores de
determinados países de calcular el carbono emitido en el curso del
transporte internacional. Muchos ya han llegado a la conclusión de que
sería mejor limitarse a la producción local para reducir al mínimo las
emisiones.
Pero esos argumentos no siempre resisten una verificación empírica. De
hecho, el 90 por ciento de los bienes que son objeto de comercio
internacional se transportan por vía marítima. Y el transporte marítimo
es uno de los medios de transporte más eficientes en términos de
carbono, con sólo 14 gramos de CO2 emitidos por tonelada y kilómetro.
Además, en varios estudios en los que se ha analizado todo el ciclo de
vida de los productos se ha constatado que a veces los productos objeto
de comercio internacional llevan huellas de carbono más bajas que los
productos producidos localmente. Esto no es una sorpresa en el caso de
la agricultura, por ejemplo, sector en el que gran parte de la
producción agrícola del Norte tiene lugar en invernaderos con una huella
de carbono elevada y de gran consumo energético. Dicho esto, es posible
que los combustibles del transporte aéreo y marítimo entren en el ámbito
del régimen sobre el cambio climático posterior a Kyoto, con lo que las
externalidades ambientales negativas se interiorizarán.
Por otra parte, espero que los países pondrán el programa de comercio al
servicio del programa sobre el clima de una de las maneras más evidentes
posibles y en un ámbito en el que la comunidad internacional tiene ya un
mandato político. Me refiero a la apertura del comercio a los bienes y
servicios inocuos para el medio ambiente en el contexto de la Ronda de
Doha. Por el momento hay muchas tecnologías de mitigación y adaptación
al cambio climático sobre la mesa de negociaciones, cuyas exportaciones
han alcanzado en los últimos años un valor de 165.000 millones de
dólares. Se trata de productos como las turbinas eólicas, los aparatos
de cocción por energía solar y las células fotovoltaicas. Tenemos que
hacer que esta tecnología sea más accesible para todos.
No perdamos tiempo en nuestra lucha contra el cambio climático. Pongamos
el comercio al servicio del programa mundial sobre el clima,
concentrándonos ahora en que Copenhague se haga realidad.
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